lunes, 25 de mayo de 2020

JUAN DE ARGUIJO. OBRA POÉTICA



«Rodrigo, la hermosura de las ruinas que me cantas no está en el siempre odioso recuerdo de un imperio, sino en el gozo de ver reflorecido, sobre el cadáver de la bestia misma, el amarillo jaramago». Este mensaje, un tanto ecologista, daba Sánchez Ferlosio en nombre de Fabio a Rodrigo Caro, el sevillano que compuso la famosa Canción a las ruinas de Itálica. Se quejaba con cierta de razón de que los poemas de ruinas cantan, invariablemente, una gloria pasada. Una crítica a la monotonía de este tipo de poesías, menos comprometida, podemos encontrar en los comentarios de este libro, dónde se dice, también de la obra cumbre del género, la de Rodrigo Caro: «todo pasa como se esperaba». Pobre Rodrigo. Quiero suponer que Sánchez Ferlosio, que les tenía un poco de tirria a los poetas, no había leído el excelente soneto de don Juan de Arguijo que cierra este comentario.
        Caballero veinticuatro, mecenas de poetas y artistas y anfitrión en su casa de la calle Laraña de una Academia literaria en la que leía sus cuentos, dos cosas nos separan  hoy de la poesía de Juan de Arguijo: una, su tendencia a trastocar de cierta manera manierista el orden de las palabras, es decir, al hipérbato, (quizá menos complejo que el de Góngora y sus seguidores pero al que estamos más acostumbrados);  y la otra, su afición a los temas mitológicos y a los personajes de la Antigüedad. Nos lo acercan –al menos a mí—su perfección técnica y sus magistrales sonetos. Poeta quizá frío, sus preocupaciones éticas y personales lo hacen más humano. El soneto prometido:

Ésta a la rubia Ceres consagrada
parte fecunda de la madre tierra,
que el sustento común al orbe encierra
de tanta espiga en la preñez dorada,


fue ciudad al comercio dedicada,
que la quietud y la verdad destierra;
duro después teatro de la guerra,
que toda en sangre la dejó bañada.

Del primitivo asunto restaurado
gracias rinde en el fruto repetido
al circular precepto de los meses;

también, siéndole el tiempo agradecido,
no más yerro la hiera que el arado,
no más peso la oprima que sus mieses