jueves, 18 de junio de 2020

Julio Camba - Sobre las 'des' parasitarias


No comprendo los entusiasmos del maestro Castrovido por esa d del "marchad" con que las autoridades nos conminan a seguir una dirección determinada. ¡Marchad! ¡Id! ¡Venid! ¡Corred!... Indudablemente, todo esto es muy gramatical; pero yo estoy seguro que cuando Castrovido se dirige a sus chicos, les dice "correr", "venir", "ir", "marchar"… 

Las des finales son en castellano unas letras enteramente parasitarias. ¿A quién le ha oído nunca el ilustre Castrovido decir "Madrid" o "pared"? Unos españoles dicen "Madrí" y otros dicen "Madriz". Unos pronuncian "paré", y otros "parez". Quizá algunos, en su afán de acomodar la prosodia a la ortografía -y los catalanes, que pasan por enemigos del castellano, son los que más se esfuerzan en este sentido-, lleguen a obtener aproximaciones tan estimables como "paret" o "Madrit". En cuando a "Madrid" y a "pared", no le demos vuelta. Se trata de dos palabras completamente impronunciables. 

Los grandes actores resuelven la dificultad apoyando las des parasitarias del castellano en las vocales iniciales de otras palabras.

-"Madrí des" una gran "ciudá"- dice, por ejemplo, el señor Díaz de Mendoza. 

Y el Sr. Thuillier, recogiendo la d que su director artístico ha dejado en el aire, exclama a su vez: 

-Sí. Una "ciudá despléndida"… 

¡Qué trucos, qué supercherías, que subterfugios más histriónicos!... La ligazón, tan propia del francés, no va con el espíritu de nuestro idioma. Y ¿es el amigo Castrovido -hombre de tan notoria significación política- quien, a propósito del "marchad" y el "marchar" viene a defender el prejuicio ortográfico contra la realidad fonética? Nadie dice "marchad" en España, sino "marchar", "marchaos" y hasta "marcharos". Y claro está que nada de esto es muy gramatical; pero, ¿qué vamos a hacerle? Un idioma que estuviese obligado a ajustarse a la Gramática sería algo así como una Naturaleza que estuviese obligada a ajustarse a la Historia Natural.

Julio Camba 1947
                                                                                                               

viernes, 5 de junio de 2020

PASIÓN Y MUERTE DEL CONDE VILLAMEDIANA. Luis Rosales.




Don Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, Correo Mayor del Reino (Mercurio del Júpiter de España, lo llamó Don Luis) tuvo una vida agitada y una muerte trágica (o viceversa). Era capaz de matar a cuchilladas a un toro en la plaza, o de renunciar a una venera de diamantes que se le había caído al suelo por no perder el galope cuando acompañaba, garboso, al rey a caballo. Se cuenta que incendió la representación de su propia obra La Gloria de Niquea, en los jardines de Aranjuez, para salvar a la reina sacándola en brazos. Practicó con saña la sátira literaria y la política. Fue desterrado por Felipe III de la corte a la que regresó con Felipe IV. Cuando parecía que su estrella volvía a brillar, un 21 de agosto, mientras paseaba en su coche, un hombre salió de unos soportales y le hizo una herida tal «que aun en un toro diera horror». Como a Julio César, lo avisaron esa misma mañana de que iba a morir. Unos dicen que lo mataron por cuestiones políticas, otros por pretender a la reina, otros que para evitar el escándalo del proceso por sodomía que se le había abierto. Pero todos están de acuerdo que la orden vino de muy arriba, de Olivares y del rey. Este libro, paradojas de la historia, no se hubiese escrito hoy porque Luis Rosales lo escribió para demostrar que no fue la homosexualidad la causa de su crimen. Para ello nos lleva, acompañados de crónicas, versos y anécdotas a una reconstrucción entre la crítica literaria, la histórica y lo puramente detectivesco.

 ¡Ay, si don Juan se hubiese hecho caso! Lo digo por este espléndido soneto, que todavía me estremece cuando lo leo:

Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado ya, en la arena escrito.

Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.

Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondrá breves a mi vida,

para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.
 
(Pero si se hubiese hecho caso, quizá hoy yo no estaría hablando de él.)

VILLAMEDIANA. OBRAS




Coleccionista de piedras preciosas, de obras de arte, de caballos, de mujeres, de enemigos, y si nos atenemos al proceso nefando en el que estuvo envuelto, de hombres; Villamediana es para muchos, y desde luego para mí, el primer poeta del barroco después de las tres patas del banco (para los despistados, Lope, Francisco y Don Luis). Y eso es decir bastante. Abrazó, pero no siempre, el estilo de Góngora, de quien era amigo, pero su tremenda vanidad, su leyenda y su soberbia independencia, que puso el entusiasmo de sus versos, nos lo acercan como héroe romántico. Su poesía amorosa es idealista a veces, desde luego petrarquista, pero tan personal y apasionada que nos suena muy cerca. Pero su decir y su concepción son barrocos, como su vida, como él. Si se coleccionaran versos aislados suyos, no sé si habría quien le superase. Gerardo Diego le glosó este soneto: 

Milagros en quien sólo están de asiento                            
alta deidad y ser esclarecido;                   
resplandeciente norte que ha seguido                               
la imaginaria luz del pensamiento,                         

a cuyo vario y libre movimiento                              
del vivir y morir se tiene olvido;                              
éxtasis puros del mejor sentido;                            
misteriosa razón del sentimiento;                         

ejecutiva luz que al punto ciega;                            
noble crédito al alma más perdida                         
donde son premios muertes y despojos;                           

Oriente a quien la noche nunca llega;                  
cierta muerte hallara en vos mi vida:                    
a ser morir, morir por esos ojos.

Una curiosidad: el Conde de Villamediana era de la familia de los Tassis, que en Alemania eran los von Thurn und Taxis. Fueron los que extendieron el servicio postal en Europa. Tanto Don Juan como su padre fueron Correos Mayores del Reino. En 1912, el poeta Rainer Maria Rilke dedicó sus Elegías a Duino a la princesa Marie von Thurn und Taxis. Y para cerrar el círculo, desde hace algunos años me distingue con su amistad cierto joven suizo, descendiente de los Taxis. Algunos dicen que la palabra taxi, común a muchos idiomas europeos, viene de ellos. Pero según la Academia viene de taxímetro.

martes, 2 de junio de 2020

TRES SOMBREROS DE COPA





Me había resistido a leerlo. Quizá porque me esperaba una especie de  Muñoz Seca o Jardiel Poncela (que me encantan) a lo serio o no sé qué exacta parentela con el teatro absurdo europeo. Un drama, nunca mejor dicho. Y un día que no tenía nada que echarme a la boca, lo bajé de una estantería y lo leí. Sin pausa, porque no se puede leer de otra manera. Despacio, porque no se puede leer como una novela policíaca. Y su lectura solo puede ser maravillada, como maravillado es el diálogo de los protagonistas.
«El poema debe ser como la estrella, que es un mundo y parece un diamante», decía Juan Ramón Jiménez. Ignoro si en el pensamiento va implícita la brevedad. Yo así lo entiendo. Y lo comparto. Pero hay obras cuya altura poética, cuya unidad, las convierten en un poema, y un poema ingrávido, a pesar de su extensión. Como el canto 22 de la Ilíada o Bodas de sangre o El siglo de las luces, Tres Sombreros de copa es un poema, o mejor dicho, una poesía, entera, sin fisuras, de cabo a fin. Y, por supuesto, una estrella, un mundo y un diamante.

domingo, 31 de mayo de 2020

CANÍBALES Y REYES




Empezaba a no ser joven cuando dos obras leídas casi simultáneamente vinieron a cambiar mi concepción del mundo (exterior). Una de ellas es esta. En ella asistimos al fascinante nacimiento del estado, la mayor obra —hablo de tamaño— del ser humano, ese gigantesco monstruo que no hemos aprendido a manejar y que parece que se nos va cada vez más de las manos. Antropólogo y divulgador, Marvin Harris tiene el encanto de los ensayistas anglosajones, que te enseñan sus teorías como si te contasen un cuento. Y no sé si el libro es un cuento, pero este, como todos los suyos, tiene una lógica aplastante que te arrastra. Hoy no estaría de acuerdo con él en muchas cosas, pero sus explicaciones son sorprendentes y sencillas, y sobre todo, perturbadoras.