viernes, 17 de febrero de 2012

Los tres cerditos

      Erase una vez que se era Mamá Cerda, que vivía con sus tres hijos, los tres cerditos, Pedro, Javi y Manolito. Aunque los cerditos ya eran un poco mayores, Mamá Cerda era muy feliz teniéndolos en casa. Pero cada mes, venía un señor muy peludo -al que quizá Mamá Cerda le ponía ojitos- a cobrar el alquiler de la choza. Y siempre le decía lo mismo a la señora:
           
    -Estos niños son ya muy mayores para vivir en casa de su madre. Deberían independizarse,  encontrar un trabajo, alquilar una casa, buscarse una esposa, dejarte sola...
           
      Y al decir “dejarte sola”, al señor peludo siempre se le caía una sonrisa torcida, y a Mamá Cerda le entraba como un calor no sabía exactamente donde.

     Y tanto insistió el señor peludo que una mañana de color azul, Mamá Cerda le dijo a los tres cerditos, Pedro, Javi y Manolito que ella los quería mucho, que eran muy mayores para vivir con su madre y que debían buscarse una casa. Los cerditos lloraron, Mamá Cerda lloró, todos se abrazaron mucho y Pedro, Javi y Manolito abandonaron su casa de siempre y se fueron al prado de al lado. Allí los esperaba el señor peludo que les dijo:

      - Me llamo Señor Lobo y tengo tres casitas, con charca para cerdos, preciosas para alquilaros.

      Pero los cerditos, Pedro, Javi y Manolito le dijeron al Señor Lobo que no tenían dinero y que ellos solos se harían sus casas.

      -No será aquí -dijo el Señor Lobo- porque todo este terreno es mío.

       Así que los cerditos se fueron al tenebroso bosque y allí Manolito se hizo una casa de paja, Javi se hizo una casa de madera y Pedro, que era muy trabajador, empezó a hacerse una de ladrillos. Al caer la noche, como Pedro, aunque era muy trabajador, no había terminado, temió al bosque tenebroso y se fue a casa de su madre a pedirle que le dejara dormir aquella noche con ella. Pero cuando llegó, la puerta había sido arrancada y la casa estaba llena de sangre y no había rastro de Mamá Cerda. Muy asustado, se dirigió a la casa de paja de Manolito, pero antes de llegar, el Señor Lobo se le apareció en medio del camino y se cenó a Pedro en tres bocados. Después el Señor Lobo le alquiló la casa de Pedro, que había sido muy trabajador, a Mamá Cabra, que tenía siete cabritillos.

    No sin antes aconsejarle a Mamá Cabra que quizá debería decirle ya a sus hijos que se independizaran, se dirigió a la casa de paja y cada vez más sediento de sangre, le dio un empujón, la derribó y se desayunó a Manolito. La sangre le nublaba los ojos, pero en vez de aplacarlo, le daba más ganas de cerdito. Algo así como cuando se empieza a comer jamón. De manera que el Señor Lobo se presentó ante la casa de madera de Javi y, como quiera que al primer empujón, la puerta no se abrió, se fue al bosque y se durmió. Ya hablaríamos de los cabritillos.

        Porque, díganme ustedes: ¿alguien ha visto nunca a nadie soplar una casa para que se caiga?