viernes, 30 de marzo de 2012


         AGUAFIESTAS


He aquí que llega el tiempo de los hombres comprometidos. Algunos que hasta ahora no se habían acordado de que había sequía, de pronto se vuelven solidarios y valientes y no tienen problemas en decirte lo mucho que hace falta la lluvia precisamente ahora, esta semana. Porque es que tiene que llover, porque es que hace falta mucho el agua y tiene que llover, aunque sea en Semana Santa; si es en Semana Santa mejor, que hace falta ya. Salvadores de la ciudad hay muchos y todos coinciden en lo mismo: es en esta semana cuando hay que arreglar los problemas; es precisamente esta semana la que molesta, por culpa de esta semana se paraliza todo y ya no se hace nada hasta el otoño. Además, este año, con la crisis, la cosa no está para sacar pasos. Tanta fiesta. Lo que hay que hacer es trabajar y dejarse de pensar en tonterías.

Esta debe ser la estación de los hombres serios. No hay día en que no te adviertan de las consecuencias funestas que tiene la Semana Santa para la ciudad. No hay periódico que no publique entrevista a algún personaje que te diga que está desencantado. Al parecer, ha viajado o vivido en Europa y no hay en ningún lado estos residuos del Ancien régime. Y así no avanzamos. Y lo peor no es eso, lo peor es que la Semana Santa ha supuesto que el pueblo acepte los valores de una burguesía inmovilista, cuyas nosecuántas familias ―muy pocas dominan la vida de la ciudad y no te salgas de ahí. 

Otros, simplemente, caen en la propaganda más burda dirigida a no se sabe quién: Había miles de jóvenes rezando en el Vía-Crucis de… Menos mal que ahora contamos con la pringosa y reciente adulación del poder, prestos a enviar sus Recaudadores de Impuestos en todas las direcciones que les marque el viento.

Desde un lado y otro te llueven opiniones de hombres que se preocupan por ti y luchan por mejorarte. Algunos se acuerdan ahora de tu espiritualidad; es de agradecer, porque durante el año llegó a parecer que solo les preocupaba tu X en la declaración de la renta. 

Pero todos estos males ya nos lo vienen advirtiendo desde hace años ciertos varones ilustres. Del signo que sean Marías, Pérez Reverte, Santiago porque la preocupación por ti no sabe de fronteras ideológicas. Aunque a veces te riñen. Lo que molestáis. Ocupando el espacio público. Aunque tú puedas pensar que decir que una fiesta popular la fiesta de la ciudad se apropia del espacio público es como decir que los parlamentarios se apropian del parlamento o que yo ocupo mi casa. Claro que Javier Marías no dice una fiesta popular, dice que los obispos se apropian del espacio público. Nos confunde con los obispos, que ya es confundir (véase espiritualidad.)

Y no hablemos de los sesudos antropólogos y expertos en patrimonio que se llenan la boca diciendo que hay que identificar a la comunidad con sus raíces culturales, que hay que poner en valor, que hay que hacer sentir el patrimonio a la comunidad como algo suyo... Y llegan aquí y como no hay nada que salvar (bueno, las saetas y el buen gusto en la música)  y no se encuentran una tradición moribunda y sí ven, como ellos quieren, raíces y la Semana Santa tiene efectivamente valores artístico-culturales, es decir, es verdaderamente patrimonio y al menos parte del pueblo la ha convertido en su seña de identidad, pues acaban renegando y no se puede hacer nada con esta gente y claro, esto no es cultura ni es nada, qué va a ser, estamos hartos de estos catetos, que asco de esta ciudad, siempre lo mismo. 

Está claro que es labor de los intelectuales identificar los infinitos males que provocan las cofradías; pero no solo de ellos, son muchos los que se convierten en agudos analistas y, parafraseando a Menéndez y Pelayo[1], dan cuenta de sus abusos. Que en Sevilla hay escasa e inválida oferta cultural: la culpa la tienen las cofradías. No hay industria, no hay iniciativas: la culpa de las cofradías. La culpa del paro: de las cofradías. Hasta has podido leer en meses pasados un comentario serio que decía que las cofradías eran las responsables del secular atraso andaluz. Para eso están los eminentes analistas que te ponen el dedo en la llaga y te ofrecen soluciones sensatas y bien meditadas:

¿Imaginan ustedes parte de la pasta invertida en cofradías y casetas de feria, empleada en hacer de esa ciudad un verdadero polo de atracción, no sólo del turismo, sino de la cultura internacional?  (PÉREZ REVERTE, 2005)

Está claro. La culpa de la alienación del pueblo la tienen las fiestas. Y es que el pueblo no aprende, el poder lo engaña con cualquier cosa: los toros, el fútbol, las cofradías. Aunque tú pienses que quizá eso sea una renuncia de los intelectuales a hacer lo que les corresponde: un análisis más serio de la realidad y no recurrir al panem et circenses para explicar la opresión, la injusticia, la explotación y negar el consuelo y olvidar que suele ser el pan y no el circo y esto también es un análisis superficial el que compra voluntades: poco pan, sobre todo para los que tienen todavía derechos y juegan un papel dentro de la estructura de la sociedad y ningún pan para los que pueden ser controlados con el látigo o la ideología del poder.

Y como todos sabíamos que la crisis es culpa de los días en rojo y de los puentes, al presidente que tenemos ya se le ocurrió la genial idea de pasar el Jueves Santo a no sé dónde y en cambiar las fechas de sitio por indicación, al parecer, de los empresarios. Sólo hablaba de las fiestas que no tienen arraigo social, pero no parece que se tratara del día de la Constitución, ni el de la Hispanidad, ni los recién inventados de las comunidades autónomas. Claro que el otropresidente, quiero decir, tan antiiglesia él, estuvo a punto de quitar a los españoles del tabaco, del alcohol y de las putas, lo que no había conseguido la Iglesia oficial en dos mil años. Supongo que para que nuestro paro fuese un paro más ascético. Ya decía Julio Camba que cuando un gobierno anuncia grandes propósitos regeneradores quiere decir sencillamente que va a cerrar los cafés a las dos de la mañana.

Y tú piensas que conservas tu fiesta y conservas tu dignidad, la que te permite el poco pan; porque cuando lo pierdes todo, ya no eres nada y nada puede poner límites a tu abyección. Y piensas también que si en algún momento las fiestas o el fútbol tuviesen algo que ver con la pereza de un pueblo, sería como síntoma o como consecuencia, nunca como causa.

Así que no discutas con los salvadores de la ciudad. No caigas en los argumentos fáciles del turismo o la caridad que hacen las hermandades. No es la razón de su instituto el hacer caridadaunque la hacen y mucho y no salimos para que nos vean los turistas, aunque algunos crean que sí. En realidad, a ellos no les preocupa la ciudad y saben perfectamente que el agua puede esperar una semana. A medida que las tardes se alargan, tu ilusión va creciendo y ya no te rozan agoreros ni aguafiestas. Y vuelves, ya firme, sin bandazos, a la ruta que te lleva a la Esperanza. Porque ha llegado el tiempo de la luz al lugar de la luz. Así que ponte tu traje de hombre y tu sonrisa de niño. Sal a la calle y disfruta. Y no te justifiques. Solo quieren que no seamos felices.



[1] “¿Por qué no había industria en España? Por la Inquisición. ¿Por qué somos holgazanes los españoles? Por la Inquisición. ¿Por qué duermen los españoles la siesta? Por la Inquisición. ¿Por qué hay corridas de toros en España? Por la Inquisición.”

viernes, 17 de febrero de 2012

Los tres cerditos

      Erase una vez que se era Mamá Cerda, que vivía con sus tres hijos, los tres cerditos, Pedro, Javi y Manolito. Aunque los cerditos ya eran un poco mayores, Mamá Cerda era muy feliz teniéndolos en casa. Pero cada mes, venía un señor muy peludo -al que quizá Mamá Cerda le ponía ojitos- a cobrar el alquiler de la choza. Y siempre le decía lo mismo a la señora:
           
    -Estos niños son ya muy mayores para vivir en casa de su madre. Deberían independizarse,  encontrar un trabajo, alquilar una casa, buscarse una esposa, dejarte sola...
           
      Y al decir “dejarte sola”, al señor peludo siempre se le caía una sonrisa torcida, y a Mamá Cerda le entraba como un calor no sabía exactamente donde.

     Y tanto insistió el señor peludo que una mañana de color azul, Mamá Cerda le dijo a los tres cerditos, Pedro, Javi y Manolito que ella los quería mucho, que eran muy mayores para vivir con su madre y que debían buscarse una casa. Los cerditos lloraron, Mamá Cerda lloró, todos se abrazaron mucho y Pedro, Javi y Manolito abandonaron su casa de siempre y se fueron al prado de al lado. Allí los esperaba el señor peludo que les dijo:

      - Me llamo Señor Lobo y tengo tres casitas, con charca para cerdos, preciosas para alquilaros.

      Pero los cerditos, Pedro, Javi y Manolito le dijeron al Señor Lobo que no tenían dinero y que ellos solos se harían sus casas.

      -No será aquí -dijo el Señor Lobo- porque todo este terreno es mío.

       Así que los cerditos se fueron al tenebroso bosque y allí Manolito se hizo una casa de paja, Javi se hizo una casa de madera y Pedro, que era muy trabajador, empezó a hacerse una de ladrillos. Al caer la noche, como Pedro, aunque era muy trabajador, no había terminado, temió al bosque tenebroso y se fue a casa de su madre a pedirle que le dejara dormir aquella noche con ella. Pero cuando llegó, la puerta había sido arrancada y la casa estaba llena de sangre y no había rastro de Mamá Cerda. Muy asustado, se dirigió a la casa de paja de Manolito, pero antes de llegar, el Señor Lobo se le apareció en medio del camino y se cenó a Pedro en tres bocados. Después el Señor Lobo le alquiló la casa de Pedro, que había sido muy trabajador, a Mamá Cabra, que tenía siete cabritillos.

    No sin antes aconsejarle a Mamá Cabra que quizá debería decirle ya a sus hijos que se independizaran, se dirigió a la casa de paja y cada vez más sediento de sangre, le dio un empujón, la derribó y se desayunó a Manolito. La sangre le nublaba los ojos, pero en vez de aplacarlo, le daba más ganas de cerdito. Algo así como cuando se empieza a comer jamón. De manera que el Señor Lobo se presentó ante la casa de madera de Javi y, como quiera que al primer empujón, la puerta no se abrió, se fue al bosque y se durmió. Ya hablaríamos de los cabritillos.

        Porque, díganme ustedes: ¿alguien ha visto nunca a nadie soplar una casa para que se caiga?

miércoles, 11 de enero de 2012

Neutrinos y cretinos

La Naturaleza es partes sin un todo.
Fernando Pessoa.

Neutrinos y cretinos
A la naturaleza le importa un pito que alguien diga, se llame como se llame, que nada puede superar la velocidad de la luz. La naturaleza no tiene por costumbre organizar unas olimpiadas cada cuatro años o cada cuatro millones de lustros a ver quien corre más, si una mariposa, un árbol o una molécula de dinitrógeno. A la naturaleza le da igual que alguien, por ejemplo Einstein, formule una teoría o un principio, lance una hipótesis o dicte una ley. La naturaleza no cumple leyes, sigue pautas. Si nosotros no cumplimos las leyes que hacen nuestros legisladores no sé por qué pensamos que la naturaleza tiene que cumplir las que formulan los científicos. El universo, por lo poco que sabemos, es infinitamente variado y complejo. Si los seres humanos, que somos tan parecidos, que venimos todos probablemente de un tronco común, cuando establecemos contacto con grupos humanos que habían quedado al margen de la historia – de la nuestra, claro – no seguimos modelos; si los seres humanos, cuando establecemos contacto con grupos humanos desconocidos, lo hacemos con infinitas variables — dejando aparte que un grupo acabe dominando al otro — y establecemos relaciones de correspondencia diferentes dependiendo de 1001 factores (seguimos pautas, no leyes): ¿cómo podríamos estar seguros de que hay leyes o principios que rigen de alguna manera para todos los elementos, para cada fragmento o componente de la naturaleza? Que rigen previamente, que establecen asociaciones antes de haberlas establecido, que los términos de esa asociación están previamente determinados porque todos tienen el gusto de conocerse. El sistema del mundo, lo llamó pomposamente el siempre venerado Newton: pocos saben que practicaba la alquimia. El sistema del universo, el sistema del cosmos o de la naturaleza. Como si la naturaleza fuese un coche o una lavadora. Mientras hablan de Dios con gran conocimiento ― juega a los dados, no juega a los dados, existe, no existe ― andan todavía, si no a la búsqueda de su motorcito, de su causa causarum, sí de alguna especie de unidad de la ciencia, de puzzle fantástico donde poder encajar cada mínima pieza. Y proponen big banes, eso sí, con la consabida retahíla de excepciones y singularidades, ese oportuno invento de último siglo y sobre todo, con esa maravilla de la ciencia y de homenaje que el progreso científico le hace al pasado: el caso particular.
Como decía Machado en su Juan de Mairena: « Es evidente, […] que la razón humana milita toda ella contra la riqueza y variedad del mundo; que busca ansiosamente un principio unitario, un algo que lo explique todo, para quedarse con este algo y aligerarse del peso y confusión de todo lo demás.»
Puede ser que un punto del universo contenga todo el universo. Puede ser que todas sus partes, que todos sus miembros estén armónicamente concertados. Pero puede ser que no. Y parece que los que más deberían exigirse lo dan por demostrado. La naturaleza no sabe quien es Einstein.