miércoles, 30 de mayo de 2018

LA ESTATURA DE LA SOMBRA




Qué lentamente se derrama el día
por entre los pinares,
cómo la claridad gana despacio
todo el arco del cielo,
cómo, morosamente, crece la luz y toca
una a una las copas de los árboles,
desciende la colina,
ilumina las casas y perfila y dibuja
la línea de la playa en la orilla
cuando en la calle irrumpe
el murmullo, el ruido, el estruendo del día,
mientras contemplas desde la terraza
los hombres que acarrean su prisa cotidiana,
el alto mediodía que trae su transparencia,
(pues ya la aurora se murió a tu espalda)
blanquea los frescos muros,
lo manifiesta todo, los verdes de las hojas,
de la hierba, que arden, los azules,
la inmensidad del agua y su blanco costado:
la mueca casi risa del mar;
por más que ya la tarde
—los niños se refugian
bajo los soportales—
urda nuevas penumbras, como en la casa aquella
cuyas ruinas aún proclaman su gloria
(el pasado no existe, son restos,
así como el futuro son atisbos),
porque el sol ya desciende la colina,
tiñe de verde el agua y de plata las olas,
incendia el horizonte con un poniente rosa,
y por fin lo contemplas
deshacerse en el mar. Mira, Fernando,
qué lentamente se derrumba el día,
detrás de las colinas: mira, mira hacia atrás
erguido en la terraza, antes que el sol se ahogue,
como tu silueta se prolonga, difusa
¿de qué tamaño es ahora la estatura de la sombra?
No levanta ni un dedo del suelo.
Igual que de mañana, nada le hizo el camino
que termina en la noche.
Mientras se fue, qué largo se hizo el día,
qué deprisa parece que pasó
cuando se ha ido.
Así todos nosotros cuando llega el otoño:
en el desasosiego de las horas que huyen,
olvidamos aquellas que parecían eternas
o las que por pereza derrochábamos.
El tiempo es minucioso,
nosotros sólo somos imprecisos recuerdos.

Mientras la vida asciende,
la muerte es una opción,
pero cuando las sombras inundan el jardín,
es parte inseparable de tu vida.
Así que ahora que el día se hunde en el océano,
ahora que por fin sabes que te vas a morir,
no lamentes aquello que no hiciste,
—ya sé que es imposible, ya sé que yo también
voy atado por la angustia y el vértigo,
ya sé que estas palabras las digo para mí —
acaba la tarea que te has impuesto
o espera en la terraza
y contempla la luna cómo tiembla en el agua.
El tiempo es generoso.
Nosotros sólo somos la memoria y el fuego.

        José Manuel Benot