viernes, 5 de junio de 2020

PASIÓN Y MUERTE DEL CONDE VILLAMEDIANA. Luis Rosales.




Don Juan de Tassis y Peralta, Conde de Villamediana, Correo Mayor del Reino (Mercurio del Júpiter de España, lo llamó Don Luis) tuvo una vida agitada y una muerte trágica (o viceversa). Era capaz de matar a cuchilladas a un toro en la plaza, o de renunciar a una venera de diamantes que se le había caído al suelo por no perder el galope cuando acompañaba, garboso, al rey a caballo. Se cuenta que incendió la representación de su propia obra La Gloria de Niquea, en los jardines de Aranjuez, para salvar a la reina sacándola en brazos. Practicó con saña la sátira literaria y la política. Fue desterrado por Felipe III de la corte a la que regresó con Felipe IV. Cuando parecía que su estrella volvía a brillar, un 21 de agosto, mientras paseaba en su coche, un hombre salió de unos soportales y le hizo una herida tal «que aun en un toro diera horror». Como a Julio César, lo avisaron esa misma mañana de que iba a morir. Unos dicen que lo mataron por cuestiones políticas, otros por pretender a la reina, otros que para evitar el escándalo del proceso por sodomía que se le había abierto. Pero todos están de acuerdo que la orden vino de muy arriba, de Olivares y del rey. Este libro, paradojas de la historia, no se hubiese escrito hoy porque Luis Rosales lo escribió para demostrar que no fue la homosexualidad la causa de su crimen. Para ello nos lleva, acompañados de crónicas, versos y anécdotas a una reconstrucción entre la crítica literaria, la histórica y lo puramente detectivesco.

 ¡Ay, si don Juan se hubiese hecho caso! Lo digo por este espléndido soneto, que todavía me estremece cuando lo leo:

Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado ya, en la arena escrito.

Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.

Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondrá breves a mi vida,

para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.
 
(Pero si se hubiese hecho caso, quizá hoy yo no estaría hablando de él.)

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