Coleccionista
de piedras preciosas, de obras de arte, de caballos, de mujeres, de enemigos, y
si nos atenemos al proceso nefando en el que estuvo envuelto, de hombres;
Villamediana es para muchos, y desde luego para mí, el primer poeta del barroco
después de las tres patas del banco (para los despistados, Lope, Francisco y
Don Luis). Y eso es decir bastante. Abrazó, pero no siempre, el estilo de
Góngora, de quien era amigo, pero su tremenda vanidad, su leyenda y su soberbia
independencia, que puso el entusiasmo de sus versos, nos lo acercan como héroe
romántico. Su poesía amorosa es idealista a veces, desde luego petrarquista,
pero tan personal y apasionada que nos suena muy cerca. Pero su decir y su
concepción son barrocos, como su vida, como él. Si se coleccionaran versos
aislados suyos, no sé si habría quien le superase. Gerardo Diego le glosó este
soneto:
Milagros en quien sólo están de asiento
alta deidad y ser esclarecido;
resplandeciente norte que ha seguido
la imaginaria luz del pensamiento,
a cuyo vario y libre movimiento
del vivir y morir se tiene olvido;
éxtasis puros del mejor sentido;
misteriosa razón del sentimiento;
ejecutiva luz que al punto ciega;
noble crédito al alma más perdida
donde son premios muertes y despojos;
Oriente a quien la noche nunca llega;
cierta muerte hallara en vos mi vida:
a ser morir, morir por esos ojos.
Una
curiosidad: el Conde de Villamediana era de la familia de los Tassis, que en
Alemania eran los von Thurn und Taxis.
Fueron los que extendieron el servicio postal en Europa. Tanto Don Juan como su
padre fueron Correos Mayores del Reino. En 1912, el poeta Rainer Maria Rilke
dedicó sus Elegías a Duino a la princesa Marie von Thurn und Taxis. Y para
cerrar el círculo, desde hace algunos años me distingue con su amistad cierto
joven suizo, descendiente de los Taxis. Algunos dicen que la palabra taxi,
común a muchos idiomas europeos, viene de ellos. Pero según la Academia viene
de taxímetro.